El aborto: una práctica de amor común entre mujeres

Cuando pienso en las mujeres que conozco y con las que de alguna manera, ya sea más o menos cercana, he establecido algún tipo de alianza, me es imposible no pensar en cada una de ellas como historiadoras.  

 

Mi abuela, por ejemplo, a través de sus palabras y narraciones de su recorrido de vida, me ha dejado entender lo común que es tener estrategias de autocuidado sin que seamos del todo conscientes de que todo lo que venimos haciendo desde hace mucho tiempo, son muestras de amor y cuidado propio, aunque no necesariamente lo percibimos de esa manera porque nos han enseñado que todo lo que hacemos, es por y para los demás, nunca para nosotras. Al escuchar los relatos de mi abuela, me di cuenta de que no sólo me estaba compartiendo recuerdos en ese momento, en realidad lo que estaba haciendo era dejarme enseñanzas a través de los propios aprendizajes que tuvo como resultado de su experiencia, esa que tenemos en común al ser mujeres y de la que tantas veces me ha hablado.   

 

Lo que pasa, es que las mujeres tenemos la habilidad de transmitir nuestras memorias, y por lo tanto nuestros saberes a través de nuestras historias, porque en ellas somos capaces de encontrarnos; nos vamos acuerpando en un común con diferentes aristas, estamos todas hermanadas bajo el cobijo de una historia que se escribe en primera persona pero que al contarla nos abarca en una pluralidad sumamente diversa.  

 

Cuando escucho a las mujeres hablar de aborto, ya sean sus experiencias abortando o la forma en la que han acompañado a otras mujeres a abortar, no me cabe la menor duda de que es una práctica sumamente cercana para todas y, que sin embargo, no estamos acostumbradas a darle un espacio en nuestra cotidianidad. Nos han enseñado que esas historias en particular, son tan poco frecuentes que no tiene caso narrarlas o compartirlas. Pareciera pues, que no tiene sentido que sea algo que está sucediendo realmente en nuestras propias vidas o de nuestras seres queridas. 

 

Las historias de aborto son parte de esas experiencias y memorias que dan cuenta de nuestras estrategias de amor y cuidado propio, aquellas que nos conectan bajo un común diverso con toques muy particulares; porque si nos diéramos la oportunidad de hablarlo en espacios de respeto y amor, podríamos encontrar muchas resonancias que nos devuelven ecos por todos los espacios. Incluso en los espacios que parecieran menos sonoros, tendríamos un eco suficiente para escuchar una bonita sinfonía de voces diciéndonos lo mismo: Yo aborté y estoy bien.       

 

He encontrado esos ecos atravesándome el cuerpo, porque sé que pueden ser mis amigas u otras mujeres quienes en cualquier momento estén escuchándome contar mi propia experiencia, pidiéndoles que se queden conmigo y me acompañen en el proceso; esos ecos me atraviesan el cuerpo entero y pareciera que el origen se encuentra resonando desde mis propios deseos y temores.

 

Si algo tengo muy claro es que las mujeres somos capaces de identificar qué cosas necesitamos, qué nos duele y qué nos sana; como parte de ese saber está la habilidad de poder tomar decisiones para sanarnos y el aborto es una muestra de amor a nuestra vida, a nuestro saber y a nuestra sanación. Nuestras abuelas y ancestras lo sabían muy bien. Quizás en el momento en el que ellas decidían abortar, lo nombraban de otra forma, incluso hoy en día hay espacios y cosmovisiones que lo nombran desde otro lugar, pero al final, el aborto está presente.  

 

Sé que mientras escribo estas palabras hay más de una mujer que se encuentra enterándose de un embarazo que no puede continuar, y sé que también hay muchas otras que están abortando en este preciso momento, algunas acompañadas y otras solas. Muchas de ellas han decidido compartir su historia, sin saber que al hacerlo nos están dejando saber que no estamos solas, que nos somos las únicas. A través de eso que ellas nos comparten es que sabemos que hay abortos que son fáciles de vivir, que hay algunos que duelen más que otros, pero que todos esos abortos son decisiones que se toman como una muestra de respeto hacia nuestros deseos. Son un abrazo que puede sentirse a veces más firme y amoroso que otros, pero que tiene siempre la finalidad de darnos oportunidades de transformación.   

 

Abortar y acompañar un aborto en un mundo que nos quiere aisladas y con miedo, es una forma de recuperar nuestro propio saber, nuestra historia, nuestro cuerpo, nuestros deseos y nuestras alianzas. Cuando las mujeres abortamos y nos acompañamos, construimos otras formas posibles de hacer lazos y vincularnos, con otras y con nosotras mismas; es parte de nuestras vidas, de nuestras historias y de las historias de nuestras abuelas, de nuestras tías, de nuestras amigas, de la vecina, de la señora de las quesadillas, de todas las mujeres.    

 

Por eso cuando pienso en el Fondo MARIA, me es imposible no pensar en las miles de historias que se han contado a lo largo de sus 10 años, de todas las mujeres que han sido historiadoras de sus vidas a través de sus abortos. Encuentro en MARIA un acrónimo que nos engloba a todas bajo un común identitario que tiene la fuerza de reivindicar nuestro ser mujer, nuestras redes, nuestros derechos y nuestros abortos.  

 

Me queda clarísimo y me gustaría que fuera algo que a todxs nos sea evidente, que las mujeres seguiremos abortando y acompañándonos, tal y como lo hacían nuestras abuelas y sus abuelas; sé que hay muchas historias que se están contando en el día a día, y que sin duda se seguirán contando. Se seguirán contando con las amigas, con las parejas, con nuestras madres o con esas otras que acompañan sin conocernos pero que nos dan un lugar para ser historias vivas. 

 

 

Autora: 
Stephanie Lomelí